Uno de los primeros pacientes que me permitió acompañarlo tenía 70 años y se encontraba con enfermedad avanzada en los pulmones. Tuvimos unos encuentros durante su internación en el hospital donde me compartió su historia de vida y comenzó a hablar de su sufrimiento.

Dijo que su malestar físico comenzó en la misma época en que le sucedió lo más doloroso de su vida: la pelea y distanciamiento de sus dos hijas. Mantenían el vínculo con él, pero entre ellas ya no existía ninguno.

Frente a mi pregunta acerca de qué fue lo que sucedió entre ellas para que quedaran sin dirigirse la palabra, él responde que no conoce las causas. Lo que sí conocía es el gran dolor que esa situación de indiferencia mutua entre ellas, le venía generando. Aunque no podía comprenderlo.

Le pregunto si él ha hablado con sus hijas, pero aclarándole: “no para que sus hijas adultas cambien de opinión, sino para que sea usted mismo quien pueda transformar semejante dolor silencioso e improductivo, en un dolor más tolerable.» Esto es, enunciar lo que tenía para transmitir independientemente de las respuestas que pudiera recibir a cambio.

Con mi intervención buscaba devolverle a las palabras el valor que tienen. En tanto se las emplea para enunciar desde una posición –subjetiva- asumiendo lo que cada uno tiene para decir. Pero él no había podido hacer más que guardarse esta pena que tanto sufrimiento le generaba. Y lo hizo durante años…

Al cabo de unas semanas recibe el alta con una internación domiciliaria. Aunque luego de un tiempo vuelve a internarse y volvemos a encontrarnos. Pero él ya casi sin voz debido a la progresión de su enfermedad y con muchísimo esfuerzo para hablar. Y lo mismo de parte mía para conseguir escucharlo.

Antes de retirarme de la habitación, saludándonos con las manos tomadas, le pregunto por sus hijas, si había podido hablar con ellas.

Comienza a emocionarse y a responder con los ojos empañados con un gesto afirmativo.  Agradecía mientras apretaba mi mano y sostenía conmovido su mirada. Serena, pero firme. La casi inexistente fuerza en su voz se había trasladado a su mirada. Lo que le restaba de energía en ese instante lo manifestaba por allí, por donde todavía podía, a través de sus ojos.

Ese fin de semana murió tranquilo. Con su mujer y sus dos hijas al pie de su cama.

Categorías: Experiencias

1 comentario

Emilia Ferraro · 29 mayo, 2021 a las 11:33 pm

Durísimo pero hermoso al mismo tiempo…

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