Era un fin de año. Clara cursaba una internación por el deterioro de su salud como consecuencia de un cáncer de mama que había comenzado hacía un par de años y por el que no venía bien atendida, a pesar del recorrido que venía haciendo por diversos circuitos de curación y sanación.

Nuestro primer encuentro fue en una habitación doble. Allí ella compartía su estadía con Carmela, su vecina de cama de 93 años, quien casi no se despertaba ni daba señales por un acv que había tenido. Sin embargo, en una oportunidad, Clara me cuenta que se encontraba gritando para lograr que alguna enfermera viniera a asistirla para poder orinar y ve que su compañera reaccionaba sacudiendo un pie y abriendo los ojos con cada llamado que ella hacía. Y entonces decide dejar de pedir ayuda de esa forma y transmitirle calma:

_ “Carmela, quédate tranquila, ya no grito, ya está, lo más grave que puede pasar es que me orine en la cama, no te preocupes.”

Siguió hablándole para tranquilizarla y termina diciéndole:

_ “Carmela, no sabés lo que yo daría por llegar a tu edad y estar rodeada por la familia despidiéndome con tanto cariño como te pasa a vos.”

Este relato me conmovió no sólo por los 29 años de Clara. Sino por como ella pudo en esa situación correrse de sí misma, salirse de su propio momento angustiante, y registrar a la persona que tenía al lado suyo y elegir cuidarla. El cuidado que ella estaba reclamando a los gritos para sí misma, en un momento lo detiene en función de cuidarla a su compañera de habitación.

La visité dos veces más antes que le dieran el alta, pero fue en otro piso. Ya no era compartida su habitación.

En estos encuentros relató sus malas experiencias en ámbitos de la salud y sus choques con oncólogos, mastólogos y cirujanos de su ciudad de origen.  Y cómo a pesar del desgaste que le generaba el traslado para venir a atenderse e internarse en Rosario, igualmente lo hacía porque se encontraba cansada del trato irrespetuoso y violento. Lo cual había generado en ella grandes resistencias a continuar tratándose. Buscaba una terapéutica integradora de las diferentes áreas de su salud. Logró sentirse cómoda en nuestro equipo, más allá de algunos infortunios puntuales que no pudimos evitar.

Me explicó lo que le costaba toda esta situación. Ya que por ejemplo en relación a su propio cuerpo ella decía tener (o venía acostumbrada a ello) un muy buen manejo del mismo. Solía usar su cuerpo para actuar y “ahora estoy quieta en una cama pensando qué movimiento autorizarme y cuál no, por miedo a lastimarme por la fragilidad que tienen mis huesos en este momento”.

También en relación a su cuerpo intervenido quirúrgicamente y a las consecuencias que esto le generó en el modo de relacionarse en una escena amorosa, ella había tenido vivencias de amargura en una relación anterior. Sin embargo,  todo lo contrario ocurría con quien era su pareja actual, ya que en todo momento decía sentirse escuchada, acompañada y querida, más allá de sus cicatrices.

A pedido de ella, organizamos con el equipo el traslado a su casa y se fue de alta con una internación domiciliaria.

Entonces nos mudamos y continuamos trabajando en su domicilio.

Fui testigo de algunas transformaciones en Clara.

Pudo armar versiones diferentes a las que venía habituada.

Contactó con profesionales que se manejaron con ella de un modo que difería a sus experiencias anteriores. Y así pudo lograr mejor adherencia al tratamiento propuesto.

Conoció una versión del amor donde pudo ubicarse en un mejor lugar. Donde el cuestionamiento por su femineidad comenzaba en ella. Preguntas acerca de cómo poder relacionarse por ejemplo con las marcas que llevaba en su cuerpo, primeramente se las pudo formular para sí misma, y luego, en relación a su pareja.

La última vez que estuvimos juntas trabajando conversamos sobre su libertad. Y pensamos que sin su consentimiento, nunca nada ni nadie puede arrebatársela. Nunca deja de estar allí, a la espera, aguardando ser descubierta hasta que podemos reconocerla como propia.

Categorías: Experiencias

4 comentarios

Raquel · 13 junio, 2021 a las 1:39 pm

La empatía, mirar al otro, que importante actitud frente a la vida. Conocerse a sí mismo y valorarse, para que los otros nos respeten. Dos lecciones extraordinarias nos dejas en este texto.

HERNAN CARRANZA · 13 junio, 2021 a las 4:49 pm

Gracias por esta publicación tan real. Realidades frente a lo ideal. Por ejemplo: en la disponibilidad de camas en un sistema sanitario históricamente en crisis, el desafío de buscar lo posible y más, y de coordinar esfuerzos buscando la empatía también en las realidades históricas de los pacientes que se ubican juntos en una habitación. El derecho a la intimidad, al silencio, a ser comprendidos y contenidos… cuantas reflexiones salen de este corto, real y profundo caso descripto. Me deja pensando y renovando el esfuerzo de vivir mi profesión desde mi vocación… Gracias.

    Griselda · 19 junio, 2021 a las 11:44 pm

    Lo bien que me sentí leyendo esto, me toca muy de cerca, infinitas gracias.

Emilia Ferraro · 3 julio, 2021 a las 3:47 pm

Un gran tema de Bebe para acompañar un gran relato. Gracias!

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