Había una vez un niñito que poseía una capacidad extraordinaria. Al igual que su hermano, tenía el don de incomodar a sus padres con las preguntas que hacía.

Tiempo atrás, su hermano mayor había sorprendido a su padre preguntándole «¿cómo se hace para vivir tranquilo sabiendo que nos vamos a morir?»

Por su parte, el padre era un hombre con habilidad para distraer la atención de sus hijos y de este modo conseguía no responder y evitaba sentirse expuesto.

Una tarde, el hermanito menor tomó desprevenida a su madre preguntándole “¿por qué la tristeza dura más que la felicidad?” Ella quedó atónita y sin palabras para formular una respuesta. El niño aguardaba en silencio pero nada sucedía. Entonces le pregunta si ella se encontraba bien. Su madre le responde que sí pero que no tenía respuesta para lo que él quería saber. Y que iría a buscar ayuda a un lugar para intentar responder el enigma.

El niño se encogió de hombros y volvió a jugar. Su madre permaneció perturbada y dándose cuenta que tenía una promesa por cumplir.

Al tiempo vuelven a conversar sobre este tema y la madre invita al niño al diálogo. Y comienza:

Parece que cuanto más rechazamos la tristeza, más nos sumergimos en ella y ahí quedamos naufragando. Desconocemos que la tristeza está de nuestro lado. Nunca se equivoca, no aparece por error. Sino que lo hace para decirnos algo muy importante sobre nosotros mismos. Pero en lugar de detenernos a escucharla y aprender de ella, pretendemos evitarla. Y así perdemos inútilmente gran parte de nuestro tiempo. Por lo tanto al negarla, nos complicamos y dilatamos gestionarla.

Acá, donde nosotros vivimos, la tristeza tiene mala fama. Como no sabemos qué hacer con ella, buscamos deshacernos con rapidez de este estado. Muchas veces nos enseñan a disimular el dolor, a aparentar fortaleza y permanecer rígidos. En lugar de permitirnos caer para reconstruirnos, llorar para aliviarnos, y permanecer en silencio para reflexionar y tomar mejores decisiones.

Erróneamente solemos vincular la tristeza con la debilidad. Cuando lo que tenemos es un problema de interpretación en la manera de entender las adversidades. Nos cuesta aceptar lo absurdo de la vida, el sinsentido. Cada vez que algo así nos sucede nos frustramos y dejamos de vivir con entusiasmo.

Como cuando interpretamos la muerte como un hecho accidental y desgraciado, en lugar de aceptarla como horizonte inequívoco y para todos. Como las innumerables circunstancias que nos ponen en jaque. Como cuando la vida nos enseña sobre la inexistencia del control y las garantías, y en lugar de interpretar que allí tenemos una oportunidad, nos enojamos.

El niño se quedó pensando cuál sería aquel lugar al que su madre fue a buscar ayuda.

Y de repente exclamó:

¡Ya entendí!

¡Es como en el filme ‘Intensamente’ donde se niega la tristeza y negarla… trae consecuencias!

Categorías: Reflexiones

3 comentarios

Mumy · 19 junio, 2021 a las 11:32 pm

Cuán reales y ciertas tus experiencias y tus palabras frente a algo tan real y cierto como la muerte. Recuerdo la frase de nuestro Jorge Luis Borges con referencia a ella: «No existe nada más natural e ignoto que la muerte». Tanto el nacimiento como la muerte son parte de la naturaleza humana. Sólo que en nuestra cultura occidental, como bien lo aclarás y especialmente en esta época en que nos toca vivir, se ve a la segunda (la muerte) como una maldición. Como algo que debe obviarse en las conversaciones porque es algo que molesta frente al hedonismo exacerbado y al endiosamiento de la juventud. Muy diferente a las culturas orientales en especial la hindú. Me encanta el tema y el enfoque.

Mariela · 21 junio, 2021 a las 10:53 pm

Inexistencia de garantías! Me encanta leer tus reflexiones, gracias!

Emilia Ferraro · 3 julio, 2021 a las 2:04 pm

Muy bueno, Eugenia! Gracias!

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social Share Buttons and Icons powered by Ultimatelysocial
Instagram